lunes, 31 de diciembre de 2012

Poemas de la Gran Muralla

Chen Bing Kui. La Gran Muralla.

Cuadernillo lírico. Poemas de la Gran Muralla

Aquí el Imperio
salvó de la barbarie
flores de porcelana

En cada torre anida
la sombra de un soldado
hace siglos, insomne

La vertical soberbia
del alto muro
acobarda al extraño

La Muralla protege
y fabrica la historia.
Las flechas son inútiles

China existe, estos muros,
soberbios
lo firman y rubrican

Mis viajes por Asia (1984)
Guillermo Díaz-Plaja

Llegué hasta las ciudades fronterizas del Norte

Ma Yuan. El río Amarillo.

Llegué hasta las ciudades fronterizas del Norte,
y en el Sur visité las riberas insalubres del mar.
Más no hallé en los confines de la tierra y el cielo
lugar adonde se pueda huir dejando la tristeza atrás.

Traducción de Marcela de Juan (Ma Ce Huang)

Llegué hasta las ciudades fronterizas del Norte
Liu K'o-chuan

sábado, 29 de diciembre de 2012

Retrato del artista adolescente

James Joyce, retratado por C. Ruf.  (Wikimedia Commons)

Stephen Dedalus
Clase de Nociones Elementales
Colegio de Clongower Wood
Sellins
Condado de Kildare
Irlanda
Europa
El Mundo
El Universo

Traducción de Dámaso Alonso

Retrato del artista adolescente (1916)
James Joyce

jueves, 27 de diciembre de 2012

El principio es mejor

Isidoro Blaisten. El mago.

En el principio fue el sustantivo. No había verbos. 
Nadie decía: "Voy a la casa". Decía simplemente: "casa" y la casa venía a él. Nadie decía: "te amo". Decía simplemente: "amor" y uno simplemente amaba.
En el principio fue mejor.

El mago
Isidoro Blaisten

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Idas y venidas

Miguel Sánchez-Ostiz, fotografiado por Patxi Cascante.

LAS COSAS, ESE MISTERIO. A veces parece que te llaman desde su penumbra, desde esa oscuridad en la que parecen crecer (Discurso de Onofre). Pobres cosas, dice alguno, pobre de ti si caes en sus redes, si las haces lastres de tu vida te cuentes lo que te cuentes, ya sean reliquias, trofeos o fetiches sin los que parece que no puedes vivir, diosecillos domésticos en tu propio culto. Desprenderse de ellas y de su reclamo es más difícil de lo que parece: ya sean adornos del atrezo, curiosidades, tiradores de la memoria, lo que quieras. Si lo haces no estás libre de lamentarlo luego. A lo dicho, misterio de las cosas y de la furia por reunirlas.

Idas y venidas (2009-2010)
Miguel Sánchez-Ostiz

martes, 25 de diciembre de 2012

Sobre si existe un dios

Sello  de Bertolt Brecht de la República Democrática Alemana, 1988.

Alguien preguntó al señor K. si existía un dios. El señor K. respondió:
-Te aconsejo que medites si tu comportamiento variaría según la respuesta que se diese a esa pregunta. Si permaneciese inalterable, la pregunta sería ociosa. Si, por el contrario, tu conducta variase, en tal caso puedo ayudarte diciendo que tú mismo habrías zanjado la cuestión: Efectivamente, necesitarías ese dios.

Traducción de Joaquín Rábago

Historias del señor Keuner
Bertolt Brecht

lunes, 24 de diciembre de 2012

El tesoro de la sombra

Alejandro Jodorowsky. El tesoro de la sombra.

16
La última odisea

Partieron en busca de la Verdad. Encontraron a quien los estaba soñando.

128
Monjes

-Si los dos rezamos con igual fervor, ¿por qué tú siempre estás contento y yo no?
-Es que tú siempre rezas para pedir algo, en cambio yo sólo lo hago para agradecer lo que me han dado.

El tesoro de la sombra (2003)
Alejandro Jodorowky

domingo, 23 de diciembre de 2012

La luna

Gregory H. Revera. Luna llena, 2010. (Wikimedia Commons)

Cuando yo pasaba por este largo salón con piso de madera, en que resonaban huecamente los pasos, levantaba la vista y miraba a través de las ventanas. Y entonces veía, allá a lo lejos, al otro lado del patio, en la torrecilla que surgía sobre el tejado, los cazos ligeros, pequeños, del anemómetro que giraba, giraba, incesantemente.
Unas veces marchaban lentos, suaves; otras, corrían desesperados, vertiginosos. Y yo siempre los miraba, sintiendo una profunda admiración, un poco inexplicable, por estos locos cazillos que daban vueltas sin parar, rápidos, lentos, indiferentes a las inquietudes humanas, allá en lo alto, sobre la ciudad en que los hombres hacían tantas cosas terribles...
Esta torrecilla que he nombrado era el observatorio; tenía en el centro de la azotea un diminuto kiosko con la cúpula de latón pintado de negro; y en esta cúpula había una hendidura que se abría y se cerraba, y por la que asomaba, en las noches claras, de estrellado radiante, un tubo misterioso y terrorífico. Nosotros sabíamos que este tubo era un telescopio; pero no acertábamos a comprender por qué este escolapio miraba todas las noches por él, cuando con una sola bastaba para hacerse cargo de todo el cielo y sus aledaños... Una noche subí yo también; era una noche de primavera; el ambiente estaba tibio y tranquilo; lucían pálidamente las estrellas; se destacaba, redonda y silenciosa, en el cielo claro la luna. Hacia ella dirigimos el tubo misterioso; yo vi una gran claror suave, con puntos negros, que son los cráteres extinguidos; con manchas blancas, que son los mares congelados.
Y entonces, en esta noche tranquila, sobre el reposo de la huerta y de la ciudad dormida, yo sentí que por primera vez entraba en mi alma una ráfaga de honda poesía y de anhelo inefable.

Las confesiones de un pequeño filósofo (1904)
Azorín

viernes, 21 de diciembre de 2012

Quiero perderme

César Vallejo. Contra el secreto profesional.

Quiero perderme por falta de caminos. Siento el ansia de perderme definitivamente, no ya en el mundo, ni en la moral, sino en la vida y por obra de la vida. Odio las calles y los senderos, que no permiten perderse. La ciudad y el campo son así. No es posible en ellos la pérdida, que no la perdición, de un espíritu. En el campo y en la ciudad, se está demasiado asistido de rutas, flechas y señales, para poder perderse. Uno está allí indefectiblemente limitado, al norte, al sur, al este, al oeste. Uno está allí irremediablemente situado. Al revés de lo que le ocurrió a Wilde, la mañana en que iba a morir en París, a mí me ocurre en la ciudad amanecer siempre rodeado de todo, del peine, de la pastilla de jabón, de todo. Amanezco en el mundo y con el mundo, en mí mismo y conmigo mismo. Llamo e inevitablemente me contestan y se oye mi llamada. Salgo a la calle y hay calle. Me echo a pensar y hay siempre pensamiento. Esto es desesperante. 

Contra el secreto profesional  (Libro póstumo)
César Vallejo

jueves, 20 de diciembre de 2012

Del ejercicio del poder

Rodolfo Modern. El libro del señor de Wu.

Cuando F'ang, el conductor, se sentía fatigado tras una dura jornada de labor, descansaba tres años. Y con él todo el reino.

El libro del señor de Wu (1980)
Rodolfo Modern

martes, 18 de diciembre de 2012

Premeditaciones

Ilustración de Zhiu LinQi

Un anciano chino está sentado ante la puerta de madera de su casa rural, en una remota aldea del viejo Imperio, allí donde los mapas aún no han llegado y la imaginación se detiene. Los pequeños ojos abiertos del anciano contemplan el espectáculo de la naturaleza como si fuera la primera vez: el misterio de los bosques, el espejo de los lagos, la luna y las estrellas que danzan dementes para él, la noche y los insectos, el ciervo y el tigre, que son uno y el mismo, la hierba sencilla, la flor salvaje, el cielo y las montañas, inalcanzables y eternas.
Ese rostro cansado y esa voluntaria sabiduría de contemplar este mundo con ojos de niño, es todo a lo que podemos aspirar: no existe sistema filosófico que pueda hacerle sombra, no existe una metafísica más precisa, una mirada más humana, un acto que defina mejor el antiguo prodigio de existir.

Premeditaciones
Bruno Mesa

sábado, 15 de diciembre de 2012

Lucas, su patriotismo

Julio Cortázar, fotografiado por Sara Facio.

De mi pasaporte me gustan las páginas de las renovaciones y los sellos de visados redondos / triangulares / verdes / cuadrados / negros / ovalados / rojos; de mi imagen de Buenos Aires el transbordador sobre el Riachuelo, la plaza Irlanda, los jardines de Agronomía, algunos cafés que acaso ya no están, una cama en un departamento de Maipú casi esquina Córdoba, el olor y el silencio del puerto a medianoche en verano, los árboles de la plaza Lavalle.
Del país me queda un olor de acequias mendocinas, los álamos de Uspallata, el violeta profundo del cerro de Velasco en La Rioja, las estrellas chaqueñas en Pampa de Guanacos yendo de Salta a Misiones en un tren del año cuarenta y dos, un caballo que monté en Saladillo, el sabor del Cinzano con ginebra Gordon en el Boston de Florida, el olor ligeramente alérgico de las plateas del Colón, el superpúlman del Luna Park con Carlos Beulchi y Mario Díaz, algunas lecherías de la madrugada, la fealdad de la plaza Once, la lectura de Sur en los años dulcemente ingenuos, las ediciones a cincuenta centavos de Claridad, con Roberto Arlt y Castelnuovo, y también algunos patios, claro, y sombras que me callo, y muertos.

Un tal Lucas (1979)
Julio Cortázar

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Entre reyes muertos y dioses olvidados

Persépolis. Foto tomada de Wikimedia Commons.

Por Persépolis puede uno pasear hasta hartarse. Está desierta y silenciosa. No hay guías, ni vigilantes, ni mercaderes, ni encargados de atraer la clientela. Jafar se ha quedado abajo, estoy solo en medio del gran cementerio de piedras. Piedras que forman pilares, portales y columnas con bajorrelieves esculpidos. Ninguna piedra del lugar tiene su forma natural, ninguna es como aparece en la tierra llana o en las montañas. Todas están cuidadosamente cortadas, pulidas y ajustadas. ¡Cuánta fatiga, cuánto trabajo meticuloso, agotador e ímprobo metieron en ellas durante años miles y miles de hombres! ¿Cuántos cayeron fulminados mientras cargaban esas rocas gigantescas? ¿Cuántos murieron de extenuación y de sed?
Cada vez que contempla uno ciudades, templos, palacios ya muertos, se pregunta por la suerte que corrieron sus constructores. Por su dolor, sus columnas vertebrales rotas, por los ojos que saltaron de sus cuencas al recibir el impacto de una esquirla, por su reumatismo. Por su vida desgraciada. Su sufrimiento. Y entonces surge la siguiente pregunta: ¿podrían existir tamañas maravillas sin ese sufrimiento? ¿Sin el látigo del vigilante? ¿Sin ese miedo que anida en el esclavo? ¿Sin esa soberbia que anida en el soberano? En una palabra, ¿no habrá sido el gran arte del pasado obra de lo que el hombre tiene de malo y negativo? Y al mismo tiempo, ¿no lo habrá creado su convicción de que lo negativo y lo débil que lleva dentro puede ser vencido sólo por lo bello, sólo por el esfuerzo y la voluntad de crearlo? ¿Y de que lo único que no cambia nunca es la forma de la belleza? ¿Y de la necesidad de ella que vive en nosotros?

Traducción del polaco de Agata Orzeszek

Viajes con Heródoto
Ryszard Kapuscinski

martes, 11 de diciembre de 2012

Génesis, 3

Mihály Zichy. Adán y Eva.

Aquella mañana empezamos a ver las cosas más claras: la complejidad del universo, la evolución de los seres vivos, que sobre un punto de apoyo se podría levantar el mundo, que era la tierra la que giraba alrededor del sol y no al contrario y, sobre todo, intuimos que la existencia es un misterio indescifrable. No habían pasado ni dos horas cuando llegó el guardia con la carta de desahucio: el casero había conseguido echarnos a la calle. Nos vinimos a este lugar tan frío, tuvimos hijos. El caso es que aquella mañana, en el desayuno, habíamos compartido una manzana.

Génesis, 3
José María Merino

lunes, 10 de diciembre de 2012

Misión personal

José Ortega y Gasset, retratado por Joaquín Sorolla.

Entre los pocos papeles que, a su muerte, dejó Descartes, hay uno, escrito hacia los veinte años, que dice: Quod vitae sectabor iter? "¿Qué camino de vida elegiré?" Es una cita de cierto verso en que Ausonio, a su vez, traduce una vetusta poesía pitagórica, bajo el título: De ambiguitate eligendae vitae. "De la perplejidad en la elección de vida."
Hay en el hombre, por lo visto, la ineludible impresión de que su vida, por tanto, su ser, es algo que tiene que ser elegido. La cosa es estupefaciente; porque eso quiere decir que, a diferencia de todos los demás entes del universo, los cuales tienen un ser que les es dado ya prefijado, y por eso existen, a saber, porque son ya desde luego lo que son, el hombre es la única y casi inconcebible realidad que existe sin tener un ser irremediablemente prefijado, que no es desde luego y ya lo que es, sino que necesita elegirse su propio ser. ¿Cómo lo elegirá? Sin duda, porque se representará en su fantasía muchos tipos de vida posibles, y al tenerlos delante, notará que alguno de ellos le atrae más, tira de él, le reclama o le llama. Esta llamada que hacia un tipo de vida sentimos, esta voz o grito imperativo que asciende de nuestro más radical fondo, es la vocación. 
En ella le es al hombre, no impuesto, pero sí propuesto, lo que tiene que hacer. Y la vida adquiere, por ello, el carácter de la realización de un imperativo. En nuestra mano está querer realizarlo o no, ser fieles o ser infieles a nuestra vocación. Pero ésta, es decir, lo que verdaderamente tenemos que hacer, no está en nuestra mano. Nos viene inexorablemente propuesto. He aquí por qué toda vida humana tiene misión. Misión es esto: la conciencia que cada hombre tiene de su más auténtico ser que está llamado a realizar. La idea de misión es, pues, un ingrediente constitutivo de la condición humana, y como antes decía: sin hombre no hay misión, podemos ahora añadir: sin misión no hay hombre.

El libro de las misiones (1935)
José Ortega y Gasset

domingo, 9 de diciembre de 2012

Oh, náyade, nereida, ninfa, sirena, tía

Earl Moran. Pin-up.

Oh, náyade, nereida, ninfa, sirena, tía
buena reproducida
todo color tamaño
casi natural muslos
apetitosos anunciando
un producto, pongamos,
anticongelante, verbi gratia
gratia plena de ganas de comerte
poseerte en pleno escaparate

lo malo es que sabemos que nuestro atrevimiento
lo pagaría el seguro
y mucho peor saber que nuestro muerdo
no iba a encontrar una manzana viva
sino más bien sabor de cartonpiedra
y una falsa apariencia de relieve carnal
en la litografía

y acabamos comprando cualquier cosa
en desagravio, buenas tardes,
por nuestros malos pensamientos.

Fábulas domésticas (1972)
Aníbal Núñez

sábado, 8 de diciembre de 2012

Mi querida bicicleta

Hengki Lee. Allegro.

Pero cuando la bicicleta se me reveló como un vehículo eficaz, de amplias posibilidades, cuya autonomía dependía de la energía de mis piernas, fue el día que me enamoré. Dos seres enamorados, separados y sin dinero, lo tenían en realidad muy difícil en 1941. Yo veraneaba en Molledo-Portolín (Santander) y Ángeles, mi novia, en Sedano (Burgos), a cien kilómetros de distancia. ¿Cómo reunirnos? El transporte, además de caro, era muy complicado: ferrocarril y autocar, con dos transbordos en el trayecto. Los ahorros míos, si daban para pagar el viaje no daban para pagar el alojamiento en Sedano; una de dos. ¿Qué hacer? Así pensé en la bicicleta como transporte adecuado que no ocasionaba otro gasto que el de mis músculos. De modo que le puse a mi novia un telegrama que decía: "Llegaré miércoles tarde en bicicleta; búscame alojamiento; te quiere, Miguel". Creo que la declaración amorosa sobraba en esa circunstancia puesto que el cariño estaba suficientemente demostrado pero la generosidad de la juventud nunca tuvo límites. El miércoles, antes de amanecer, amarré en el soporte de la bici dos calzoncillos, dos camisas y un cepillo de dientes y me lancé a la aventura. Aún evoco con nostalgia mi paso entre dos luces por los pueblecitos dormidos de Santa Olalla y Bárcena de Pie de Concha, antes de abocar a la Hoz de Reinosa, cuya subida, de quince kilómetros, aunque poco pronunciada, me dejó para el arrastre. Solo, sin testigos, mis pretendidas facultades de escalador se desvanecieron. En compensación, del alto de Reinosa a Corconte -veintitantos kilómetros- fue una sucesión de tumbos donde la inercia de cada bajada me proporcionaba casi la energía necesaria para ascender el repecho siguiente. Aquellos primeros años de la década de los cuarenta, con el país arruinado, sin automóviles ni carburante, fueron el reinado de la bicicleta. Otro ciclista, algún que otro peatón, un perro, un afilador, los chirriones acarreando yerba en las proximidades de los pueblos, eran los únicos obstáculos de la ruta. Recuerdo aquel primer viaje de los que hice a Sedano, como un día feliz, Sol amable, bruma ligera, brisa tibia, la bicicleta rodando sola, sin manos, varga abajo, un grato aroma a heno y boñiga seca estimulándome. Me parece recordar que cantaba a voz en cuello, con mi mal oído proverbial, fragmentos de zarzuelas sin temor a ser escuchado por nadie, sintiéndome dueño del mundo.

Mi querida bicicleta
Miguel Delibes

viernes, 7 de diciembre de 2012

La vida callejera. El Cairo.

Jean Achard. Calle de El Cairo, 1835.

A la larga, nada en este aparente desorden y en esta aparente decadencia choca por lo caduco. Cada rincón tiene su encanto, cada calle guarda sus tesoros, cada plaza posee su hechizo. Para sentir plenamente esta belleza, lo único indispensable es no ir con prisas. Las caravanas de turistas que corren guiados por un cicerone y que quieren, en tres días, conocerlo todo, no inspiran sino sonrisas irónicas a los árabes que los ven pasar. En cambio, a los que venimos, día tras día, a extasiarnos ante las viejas mezquitas y a embriagarnos con los perfumes eternos, una simpatía, tal vez algo desdeñosa, pero muy cortés, nos recompensa de nuestro amor desinteresado y paciente. "Tú, por lo menos, no tienes vanas fiebres; tú eres como nosotros, tú vas despacio" -parecen decirnos todos. Y despacio, en efecto, muy despacio, es necesario vivir esta vida. Para ello hay, ante todo, que renunciar al guía que no conoce sino un solo trayecto y que nos lleva, a la misma hora, andando al mismo paso, hacia los mismos lugares. Hay que perderse voluntariamente en el laberinto de las callejuelas estrechas. Hay que adoptar el carácter del sitio con toda su languidez voluptuosa y resignada. ¿Qué nos importa, en efecto, no saber el nombre de los edificios que encontramos y de las plazas que cruzamos? ¿Venimos acaso a hacer estudios topográficos e inventarios arqueológicos? Dos horas de indolente contemplación en la terraza de un café, sirven mejor al viajero curioso que muchos días de febriles excursiones, porque no es lo mismo pasar ante la existencia que dejar pasar a la existencia ante nuestra vista.

La sonrisa de la esfinge (1913)
Enrique Gómez Carrillo

El ángel literario

Eduardo Halfon. El ángel literario.

Balzac decía que los sucesos principales en la vida de un escritor son sus libros. No la influencia de sus padres ni abuelos ni hijos; no el sufrimiento, ni sus traumáticas experiencias en el amor y el odio; no la vasta biblioteca que leyó; no sus viajes por París y Barcelona; no todas las románticas amistades literarias que cultivó a través de cartas y botellas de vino y bandadas de adulaciones baratas. Sino los libros que escribió. Punto.

El ángel literario (2004)
Eduardo Halfon

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Los destinos cruzados

Andrei Chernyshev. Luz en el callejón.

Alguien repite el nombre
de una ciudad que nunca ha visitado
y con esa palabra
designa la vida, la cifra, le da forma
a un frágil espejismo
de altas torres y plazas y mercados
alegres -y bandadas
de espantadas palomas, surgidas
del sombrero de copa del Gran Ilusionista,
al toque de campanas vespertino.

Alguien mira la noche cayendo como un fruto
maduro de la nada sobre el mar, y ve unos barcos
partir, y se pregunta
qué ocurrirá allá lejos, en países
cuyos nombres conservan
el dorado prestigio del café, la madera y las espadas,
y en qué puerto, en qué alegre taberna
brindaría y con quién al celebrar
la venta del marfil o del cacao.

En una plaza con palomas,
a la sombra de altas torres,
alguien repite el nombre melodioso
de una ciudad que nunca ha visitado.

Más allá de estos mares,
en un bar de los muelles,
un hombre se entretiene
en mirar en el mapa
esta alejada orilla, y se imagina
sus plazas con bandadas de palomas,
sus bulliciosos bares y casinos
de juego, sus mujeres...

Alguien, en cualquier parte
de otra ciudad desconocida,
repite el nombre de una ciudad
desconocida, tan lejana
de aquí, tan lejos
esta ciudad de aquélla,
de su nombre de plata y aventura.

El equipaje abierto (1996)
Felipe Benítez Reyes

domingo, 2 de diciembre de 2012

El alce

Albert Bierstadt. Vista de las montañas de Sierra Nevada, California, 1868.

Con frecuencia se ha opuesto el escenario natural de Norteamérica, tanto en sus líneas generales como en sus detalles, al paisaje del Viejo Mundo -en especial de Europa-, y no ha sido más profundo el entusiasmo que mayor la disensión entre los defensores de cada parte. No es probable que la discusión se cierre pronto, pues aunque se ha dicho mucho por ambos lados, aun queda por decir un mundo de cosas.
Los turistas ingleses más distinguidos que han intentado una comparación, parecen considerar nuestro litoral norte y este, comparativamente hablando, así como todo el de Norteamérica o, por lo menos, el de Estados Unidos, digno de consideración. Poco dicen, porque han visto menos, del magnífico paisaje de algunos de nuestros districtos occidentales y meridionales -del dilatado valle de Louisiana, por ejemplo-, realización del más exaltado sueño de un paraíso. En su mayor parte estos viajeros se conforman con una apresurada inspección de los lugares más espectaculares de la zona: el Hudson, el Niágara, las Catskills, Harper's Ferry, los lagos de Nueva York, el Ohio, las praderas y el Mississippi. Son estos, en verdad, objetos muy dignos de contemplación, aun para aquel que ha trepado a las encastilladas riberas del Rin, o ha errado junto al azul torrente del Ródano veloz.
Pero éstos no son todos los que pueden envanecernos, y en realidad llegaré a la osadía de afirmar que hay innumerables rincones tranquilos, oscuros y apenas explorados, dentro de los límites de los Estados Unidos, que el verdadero artista o el cultivado amante de las más grandes y más hermosas obras de Dios preferirá a todos y cada uno de los prestigiosos y acreditados paisajes a los cuales me he referido.
En realidad, los verdaderos edenes de la tierra quedan muy lejos de la ruta de nuestros más sistemáticos turistas; ¡cuánto más lejos, entonces, del alcance de los forasteros que, habiéndose comprometido con los editores de su patria a proveer cierta cantidad de comentarios sobre Norteamérica en un plazo determinado, no pueden cumplir este pacto de otra manera que recorriendo a toda velocidad, libreta de notas en mano, los más trillados caminos del país!
Traducción de Julio Cortázar
Cuentos
Edgar Allan Poe