viernes, 31 de octubre de 2008

En tierra extranjera

Karl Friedrich Lessing. Paisaje de montaña
Mediodía de domingo. El terrateniente Kamishov está sentado en el comedor de su casa ante una mesa lujosamente servida y almuerza sin prisas. Comparte con él la mesa un viejecito francés, monsieur Shampuñ. hombre pulcro, cuidadosamente rasurado. Este Shampuñ estuvo hace tiempo de preceptor en casa de Kamishov, a cuyos hijos enseñó urbanidad, buena pronunciación y baile, pero después, cuando los hijos de Kamishov crecieron y llegaron a ser tenientes, Shampuñ se quedó en la casa como una especie de aya del sexo masculino. Las obligaciones del ex preceptor no son complicadas. Ha de vestir con distinción, ha de oler a perfumes, ha de escuchar la ociosa plática de Kamishov, ha de comer, beber, dormir y, según parece, nada más. A cambio, tenía plato en la mesa, alojamiento y un sueldo indefinido.
Kamishov come y, según su costumbre, suelta la tarabilla.
-¡Es de abrigo! -dice, secándose las lágrimas que le han brotado después de engullir un trozo de jamón generosamente untado con mostaza-. ¡Concho! Me ha dado un trallazo en la cabeza y en todas las junturas. Con su mostaza francesa, esto no ocurre, aunque te comas un tarro entero.
-A unos les gusta la francesa y a otros la rusa...-declara tímidamente Shampuñ.
-A nadie gusta la francesa, si no es a los franceses. Pero un francés come todo lo que se le da: ranas, ratas, cucarachas...¡brr! A usted, por ejemplo, este jamón no le gusta porque es ruso; pero si le sirven cristal asado y le dicen que es francés, usted se lo come y se relame... Según usted, todo lo ruso es malo.
-Yo esto no lo digo.
-Todo lo ruso es malo, pero lo francés, oh, se tré joli!. Según usted, no hay mejor país que Francia, pero a mi modo de ver... bueno, ¿qué es Francia, hablando en conciencia? ¡Un pedacito de tierra! Manda allí a nuestro comisario de policía y al mes ya te pedirá el traslado: ¡no hay sitio ni para volverse! A su Francia se la puede recorrer de punta a punta en un día; en cambio, aquí sales del portalón ¡y no ves el fin de la comarca! Viajas, viajas...
-Sí, monsieur, Rusia es un país inmenso.

Primeros relatos
Antón Chéjov

jueves, 30 de octubre de 2008

Entierro de San Sebastián

A. Ferrant: Entierro de San Sebastián

¿No es sobrecogedor?

Entierro de San Sebastián
A. Ferrant

Cuando llegué a la meta estaba cansado.

Georg Christoph Lichtenberg
Aforismos
J
1789-1793
(489)
He recorrido el camino hacia la ciencia como esos perros que salen a pasear con sus amos y avanzan y retroceden cientos de veces de la misma forma: cuando llegué a la meta estaba cansado.
Aforismos
(Edición de Juan del Solar)
Georg Christoph Lichtenberg

La vida en su plenitud

Vista panorámica de Barcelona, 1929
Nada
Segunda parte
XXV
Bajé las escaleras despacio. Sentía una viva emoción. Recordaba la terrible esperanza, el anhelo de vida con que las había subido la primera vez. Me marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor. De la casa de la calle de Aribau no me llevaba nada. Al menos, así creía yo entonces.
De pié al lado del largo automóvil negro, me esperaba el padre de Ena. Me tendió las manos en una bienvenida cordial. Se volvió al chófer para recomendarle no sé qué encargos. Luego me dijo:
-Comeremos en Zaragoza, pero antes tendremos un buen desayuno-se sonrió ampliamente-; le gustará el viaje, Andrea. Ya verá usted...
El aire de la mañana estimulaba. El suelo aparecía mojado con el rocío de la noche. Antes de entrar en el auto alcé los ojos hacia la casa donde había vivido un año. Los primeros rayos del sol chocaban contra sus ventanas. Unos momentos después, la calle Aribau y Barcelona entera quedaban detrás de mí.
Nada
Carmen Laforet

Sinuhé, el egipcio

Sinuhé, el egipcio
Así fue como llegué a ser hombre y no era ya ningún muchacho cuando llegué a Simyra después de tres años de ausencia. El viento marino disìpó los vapores de la embriaguez, dio claridad a mis ojos y restauró la fuerza de mis miembros, de manera que comía y bebía y me comportaba como los demás, aunque no hablase tanto, porque era más solitario todavía que antes. Y, no obstante, la soledad es el patrimonio de la edad adulta, si así ha sido siempre establecido, pero yo había sido siempre solitario desde mi infancia y extraño al mundo desde que abordé a las riberas del Nilo y no tuve que acostumbrarme a la soledad como tantos otros, sino que la soledad era para mí un hogar y un refugio en las tinieblas.
De pie, a proa, frente a las olas verdes y azotado por un viento que alejaba todos los vanos pensamientos, veía a lo lejos unos ojos que parecían el claro de luna sobre el mar y oía la risa caprichosa de Minea y la veía bailar sobre las eras arcillosas de Babilonia, con una túnica ligera, joven y flexible como un junco.

Sinuhé, el egipcio
Mika Waltari

miércoles, 29 de octubre de 2008

Espejo de Stendhal

Carl Larsson:''My friends, the Carpenter and the Painter''
Uno y el Universo
Espejo de Stendhal
Suponiendo posible la reproducción fiel del mundo externo, no veo para qué esa inútil duplicación. Muchos se proponen este desatinado oficio de papel carbónico con tanta furia como ineficacia, por ignorar que el hombre es un papel carbónico que presta a la realidad externa su propio color. Otros pretenden engañarse a sí mísmos y a los demás reivindicando oficio de espejo y respaldando sus pretensiones con el inevitable espejo de Stendhal. Artefacto bastante mentiroso, por cierto; al menos, el utilizado por su inventor.
Uno y el Universo
Ernesto Sábato

martes, 28 de octubre de 2008

No será la Tierra

Pripiat año 2007
No será la Tierra
El 27 de abril a media tarde, Mimka le comunicó al responsable del Gobierno el éxito total de la ofensiva. La radiación había disminuido a niveles tolerables. Pero la algarabía no duró demasiado: un mensajero anunció la mala nueva: el monstruo ha sido acorralado, pero vive. Y herido es aún más peligroso.
El reactor número cuatro era un volcán adormecido: todos sabían que en su vientre aún se almacenaban ciento noventa toneladas de uranio-235, suficientes para generar un big bang en miniatura.
La radio transmitía soflamas semejantes a las que Stalin lanzaba contra Hitler: ancianos, niños y mujeres debían movilizarse en defensa de la patria. Mientras, la fuerza aérea proseguía los bombardeos, añadiendo bórax y plomo en sus descargas. Tras barrer sus objetivos, los pilotos volvían a sus bases para ser desinfectados. A diferencia de los aldeanos, al menos ellos disponían de una tintura de yodo que atenuaba los efectos de la radiación.
Prípiat se convirtió en un hospital de campaña.Los cadáveres se apilaban en bolsas de plástico —relucientes mortajas comunistas— y los heridos aguardaban en silencio, privados de noticias, los helicópteros que habrían de conducirlos a Leningrado y a Moscú, ciudades de anchas calles. La mayoría tenía el estómago corroído, el pecho en carne viva y llagas en las manos. Ninguno sobreviviría más de unas semanas. En Poláskaye, a ciento cincuenta kilómetros de allí, a las madres y a las viudas ni siquiera se les permitía ver los rostros de sus hijos y sus esposos; los militares encerraban los cadáveres en ataúdes de zinc y los sepultaban en secreto.
La rutina se instaló en Prípiat y su comarca. Sus habitantes se levantaban antes del alba, se enfundaban en trajes de asbesto y, después de desayunar pan y leche —el único alimento que soportaban sus estómagos—, cumplían su jornada de trabajo. Sus familias, expulsadas a los arrabales de Kiev y otras ciudades, se distraían llenando crucigramas o mirando por televisión funciones de ballet en blanco y negro.
No será la Tierra
Jorge Volpi

El efecto turifel

Flickr:Dome of the Rock HDR de J-a-x
Vendrán más años malos y nos harán más ciegos
("Vendrán más años malos y nos harán más ciegos;
vendrán más años ciegos y nos harán más malos")

(El efecto turifel.) El fracaso estrepitoso de mi viaje a Tierra Santa, cuando durante la Guerra del Golfo fui enviado por el periódico a Israel, se debió principalmente a las desalentadoras y deletéreas consecuencias de haberme visto sometido, ya en la primera salida de mi primera mañana jerosolimitana, a la deprimente experiencia de lo que hacía más de treinta años había yo descrito y denominado en mis papeles como «efecto turifel» (turifel con acento agudo, según la pronunciación parisina de Tour Eiffel). Flaco consuelo es que, de paso, me fuese dado comprobar la exactitud de mis observaciones, ya que tuvo que ser a expensas de mis ya cada vez más raramente renovados impulsos o ilusiones de viajero y sobre todo para afrenta de una de las mayores maravillas de la arquitectura del Islam. ¿Quién iba a decirme a mí, en efecto, que ante una pieza arquitectónica como el Domo de la Roca (la mal llamada «mezquita de Omar»), tantas y tantas veces admirada desde niño en las láminas de los libros de arte, iba a sentirme mucho más impasible, frío y distante que ante su propia descolorida o más bien sobrepintada tarjeta postal? Toda la expectativa de las emociones predispuestas en mis ojos y en mi corazón no había sabido contar con la incidencia inesperada y destructiva del efecto turifel. Éste consiste en una especie de descrédito que va minando irremediablemente la autoridad de la presencia física de determinados «monumentos» mundialmente famosos cuando esa presencia es, por así decirlo, desgastada por el precedente de una indiscretamente inmoderada anticipación de representaciones iconográficas. Tan insistente repetición de esa misma imagen va educando —o más bien pervirtiendo— de tal manera la mirada a la instantánea inmediatez del reconocimiento, que el ojo acaba por identificar antes de ver. El ojo que identifica ya no ve; sustituye la antigua percepción de algo por su identificación, trueca la imagen en mera identidad; y toda identidad es redundante: un símbolo que sólo se simboliza ya a sí mismo. Cientos o miles de fotografías de la Torre Eiffel (por no hablar de su reproducción metálica de bulto —huelga decir que a escala reducida—, que no sólo era, al menos en mis tiempos, el impepinable souvenir de París, sino también el protodinasta o arquetipo de todos los souvenirs del mundo) vistas antes del primer viaje a París se interpondrán de manera tan obstructiva en la mirada que menoscabarán en cierto modo hasta la convicción empírica de tenerla por fin físicamente delante de los ojos.

Vendrán más años malos y nos harán más ciegos
Rafael Sánchez Ferlosio

lunes, 27 de octubre de 2008

Lo peor de todo

Fuente: Alfaguara
Lo peor de todo
Lo peor de todo no son las horas perdidas, ni el tiempo por detrás y por delante, lo peor son esos espantosos crucifijos hechos con pinzas para la ropa. Primero se recorta un cartón en forma de cruz y después se van pegando las pinzas encima. Hay que sacar el muelle y separar las dos tablitas y pegarlas luego con mucho cuidado, una para arriba y una para abajo. Al final se le da el barniz para que brille bien y parezca algo. También están los cubiletes para plumas y lapiceros, pero los crucifijos son mucho más feos.
Jorge Maíz le puso mucho amor a su elefante de escayola, después Paco Arce y yo lo pisoteamos hasta que sólo quedaron migas de escayola. Afortunadamente, T no sabe nada de esto.
Juan Carlos Peña Enano se empeñó en contarle a todo el mundo que me había cagado en el primer curso, lo cual, por otro lado, era casi cierto. Aunque, como es lógico, yo lo había negado rotundamente. Como él seguía, que si Elder se cagó, Elder soy yo, que si Elder nos apestó la clase más de un mes, no tuve más remedio que agarrar uno de los crucifijos de pinzas barnizadas y partírselo en la cabeza. Don Humberto me dio a elegir entre una torta y un castigo. Elegí la torta y me llevé las dos cosas. No me pregunten por qué. Las tortas de don Humberto dolían, pero no más que caerse en el patio y darse con las narices en el cemento. Los castigos eran más pesados porque tenías que estar dos o tres horas copiando páginas del libro de lecturas. En el primer curso era el libro de Pandora y la caja de los vientos; Pandora abría la caja en la segunda página y se pasaba después todo el año buscando sus vientos. En el segundo curso era el del Payaso Panocha. Todavía peor que Pandora, y peor aún que caerse en el patio y darse con la nariz contra el suelo. Los payasos son la segunda cosa más insoportable del mundo: disfraces de payaso, canciones de payasos, cuentos de payasos, películas de payasos y sobre
todo cuadros de payasos.
Lo peor de todo
Ray Loriga

Viajes

Liao Lin Shen. Cima del Monte Tai Shan
En su juventud Lao-tse amaba los viajes. El sabio Hu Ch'eng Tse le dijo: "¿Por qué te gusta tanto viajar?". "Para mí -dijo Lao-tse-, el placer del viaje reside en la contemplación de la variedad. Algunas gentes viajan y sólo ven lo que tienen delante de los ojos; cuando yo viajo, contemplo el incesante fenómeno del cambio". A lo que respondió el otro: "Me pregunto si tus viajes son de veras distintos a los de los otros. Siempre que vemos algo, contemplamos algo que está cambiando; Y casi siempre, al ver eso que cambia, no nos damos cuenta de nuestros propios cambios. Los que se toman trabajos sin cuento para viajar, ni siquiera piensan que el arte de ver los cambios es también el arte de quedarse inmóvil. El viajero cuya mirada se dirige hacia su propio ser, puede encontrar en él mismo todo lo que busca. Ésta es la forma más perfecta del viaje; la otra es, en verdad, una manera muy limitada de cambiar y contemplar los cambios".
Convencido de que hasta entonces había ignorado el significado real del viaje, Lao-tse dejó de salir. Al cabo del tiempo Hu-Ch'eng Tse lo visitó: "¡Ahora sí puedes convertirte en un verdadero viajero! El gran viajero no sabe adónde va; el que de verdad contempla, ignora lo que ve. Sus viajes no lo llevan a una parte de la creación y luego a otra; sus ojos no miran un objeto y después otro; Todo lo ve junto. A esto es a lo que llamo contemplación".

Trazos. Chuang-tse y otros
Octavio Paz

Días de ocio en el país del Yann

Sidney H. Sime. La Fortaleza
Pronto vimos la marea del mar que avanzaba resuelta entre las márgenes del Yann, y el Yann saltó flexible hacia él y ambos lucharon un rato; luego el Yann y todo lo que era suyo fue empujado hacia el Norte; así que los marineros tuvieron que izar las velas, y gracias al viento favorable, pudimos seguir navegando.
Pasamos por Góndara, Narl y Haz. Vimos la memorable y santa Golnuz y oímos la plegaria de los peregrinos.
Cuando despertamos, después del reposo del mediodía, nos acercábamos a Nen, la última de las ciudades del Yann. Otra vez nos rodeaba la selva, así como a Nen; pero la gran cordillera de Mloon dominaba todas las cosas y comtemplaba a la ciudad desde fuera.
Anclamos, y el capitán y yo penetramos en la ciudad, y allí supimos que los Vagabundos habían entrado en Nen.
Los Vagabundos eran una extraña, enigmática tribu, que una vez cada siete años bajaban de las cumbres de Mloon, cruzando la cordillera por un puerto que sólo ellos conocen, de una tierra fantástica que está del otro lado. Las gentes de Nen habían salido todas de sus casas, y estaban maravillados en sus propias calles, porque los Vagabundos, hombres y mujeres, se apiñaban por todas partes y todos hacían alguna cosa rara. Unos bailaban pasmosas danzas que habían aprendido del viento del desierto, arqueándose y girando tan vertiginosamente, que la vista ya no podía seguirlos. Otros tañían en instrumentos bellos y plañideros sones llenos de horror que les había enseñado su alma, perdidos por la noche en el desierto, ese extraño y remoto desierto de donde venían los Vagabundos.

Cuentos de un soñador
Lord Dunsany

domingo, 26 de octubre de 2008

Séneca

Aliquando vectatio iterque et mutata regio vigorem dabunt:
"A veces un desplazamiento, un viaje, un cambio de horizontes, dan un vigor nuevo".(Séneca.De tranquillitati animi)

Diccionario de expresiones y frases latinas
Victor-José Herrero Llorente

Cuando Yu-K'uo pinta...

Ho Shan Ling. Bambúes
Cuando Yu-K'uo pinta bambúes
Todo es bambú, nadie es gente.
¿Dije que no ve a la gente?
Tampoco se ve a sí mismo:
Absorto, bambú se vuelve,
Un bambú que crece y crece.
Ido Chuang-tse, ¿quién otro tiene
Este poder de irse sin moverse.

Cuando Yu-K'uo pinta...
Tch'en T'ao

3 Veneno y sombra y adiós

Flickr mivella: longing eye...
Tu rostro mañana
3 Veneno y sombra y adiós
Uno no lo desea, pero prefiere siempre que muera el que está a su lado, en una misión o una batalla, en una escuadrilla aérea o bajo un bombardeo o en la trinchera cuando las había, en un asalto callejero o en un atraco a una tienda o en un secuestro de turistas, en un terremoto, una explosión, un atentado, un incendio, da lo mismo: el compañero, el hermano, el padre o incluso el hijo, aunque sea niño. Y también la amada, también la amada, antes que uno mismo.
Tu rostro mañana
3 Veneno y sombra y adiós
Javier Marías

2 Baile y sueño

Flickr shauna28: Eye Wonder
Tu rostro mañana
2 Baile y sueño
Ojalá nunca nadie nos pidiera nada, ni casi nos preguntara, ningún consejo ni favor ni préstamo, ni el de la atención siquiera ... Ojalá nadie se nos acercara a decirnos "Por favor", u "Oye, ¿tú sabes?", "Oye, ¿tú podrías decirme?", "Oye, es que quiero pedirte: una recomendación, un dato, un parecer, una mano, dinero, una intercesión, o consuelo, una gracia, que me guardes este secreto o que cambies por mí y seas otro, o que por mí traiciones y mientas o calles y así me salves".
Tu rostro mañana
2 Baile y sueño
Javier Marías

1 Fiebre y Lanza

Tu rostro mañana
1 Fiebre y Lanza
No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido. Contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento, también es un vínculo y otorgar confianza, y rara es la confianza que antes o después no se traiciona, raro el vínculo que no se enreda o anuda, y así acaba apretando y hay que tirar de navaja o filo para cortarlo.
Tu rostro mañana
1 Fiebre y Lanza
Javier Marías

La escritura del dios

A.E.Brehm: jaguar
La escritura del dios
Entonces mi alma se llenó de piedad. Imaginé la primera mañana del tiempo, imaginé a mi dios confiando el mensaje a la piel viva de los jaguares, que se amarían y se engendrarían sin fin, en cavernas, en cañaverales, en islas, para que los últimos hombres lo recibieran. Imaginé esa red de tigres, ese caliente laberinto de tigres, dando horror a los prados y a los rebaños para conservar un dibujo. En la otra celda había un jaguar; en su vecindad percibí una confirmación de mi conjetura y un secreto favor.
Dediqué largos años a aprender el orden y la configuración de las manchas. Cada ciega jornada me concedía un instante de luz, y así pude fijar en la mente las negras formas que tachaban el pelaje amarillo. Algunas incluían puntos; otras formaban rayas trasversales en la cara interior de las piernas; otras, anulares, se repetían. Acaso eran un mismo sonido o una misma palabra. Muchas tenían bordes rojos.
No diré las fatigas de mi labor. Más de una vez grité a la bóveda que era imposible descifrar aquel texto. Gradualmente, el enigma concreto que me atareaba me inquietó menos que el enigma genérico de una sentencia escrita por un dios. ¿Qué tipo de sentencia (me pregunté) construirá una mente absoluta? Consideré que aun en los lenguajes humanos no hay proposición que no implique el universo entero; decir el tigre es decir los tigres que lo engendraron, los ciervos y tortugas que devoró, el pasto de que se alimentaron los ciervos, la tierra que fue madre del pasto, el cielo que dio luz a la tierra. Consideré que en el lenguaje de un dios toda palabra enunciaría esa infinita concatenación de los hechos, y no de un modo implícito, sino explícito, y no de un modo progresivo, sino inmediato. Con el tiempo, la noción de una sentencia divina parecióme pueril o blasfematoria. Un dios, reflexioné, sólo debe decir una palabra, y en esa palabra la plenitud. Ninguna voz articulada por él puede ser inferior al universo o menos que la suma del tiempo. Sombras o simulacros de esa voz que equivale a un lenguaje y a cuanto puede comprender un lenguaje son las ambiciosas y pobres voces humanas, todo, mundo, universo.

El Aleph
Jorge Luis Borges

sábado, 25 de octubre de 2008

Tute de reyes

Los cuatro reyes de la baraja
Tute de reyes
En Amalfi, al terminar la zona costanera,
hay un malecón que entra en el mar y la
noche. Se oye ladrar a un perro más allá de
la última farola.
Julio Cortázar
Bajo la mirada incongruente de mi mono Euclides, trepado a la ventana de barrotes verdes, nos íbamos a Punta Brava los sábados por la tarde a jugar al su­bastado en casa de Francisca. Robledo al volante, el Cadillac reluciente con el fuelle bajo, rodábamos a lo largo de la Avenida Primera, saliendo de Santa Fe para coger la Central; después, sobre la loma y al final del camino de piedras, la casa de Francisca, blanca y cuadrada como un dado de hueso, donde -pese a la desesperada melancolía de Robledo -estuve a punto de ser rico al ganar la Gran Apuesta.
Fue hace varios años, a mediados de diciembre, cuando conocí a Robledo. Iba a la bodega roja, a comprar unas nueces para el desayuno de Euclides, cuando noté que Villa Concha había sido ocupada: un automóvil se encontraba al otro lado de la reja en­mohecida; en el balcón, rodeado de hiedras, un hom­bre corpulento y canoso destupía su cachimba con gestos distraídos.
Me paré junto a la verja, y mirando hacia arriba tosí fuertemente.
Villa Concha, a pesar de ser espaciosa, de su muelle para botes y su poceta con escalones tallados en la roca, era alquilada muy poco. Y no es que los Garriga pidieran mucho por ella o el deterioro de los techos fuera excepcional, no, era más bien — de algún modo hay que llamarlo— su forma de expresarse: el llanto irreparable de sus cañerías, la fluidez de la penumbra en ciertos lugares, el súbito corretear de las persianas tras la puerta clausurada, y sobre todo ——por arriba de los ruidos acompasados y la sensación de tener alguien a la espalda— el olor, aquel olor blando a flores piso­teadas, resistiéndose al salitre y a las corrientes de aire.
Pero es de Robledo de quien me interesa hablar, de Robledo y de Francisca y de Esquerrá y del gordo Chamizo y de los demás. Claro que la casa jugó también su papel, aunque uno nunca sabe. Pero si Robledo se hubiera decidido por el bungalow azul pas­tel de Felicita Radillo, las cosas se hubieran baraja­do de otra manera o sucedido más lentamente, y yo habría jugado aquel tute de reyes, el lance preciso pa­ra ganar la Gran Apuesta: los diez mil doscientos pe­sos de la partida duodécima. Pero Robledo, abando­nándose, optó por Villa Concha y se la arrendó a los Garriga.

Tute de reyes
Antonio Benítez Rojo

El arte de la ficción

John Singer Sargent: "Portrait of Henry James"

The only obligation to which in advance we may hold a novel without incurring the accusation of being arbitrary, is that it be interesting. That general responsibility rests upon it, but it is the only one I can think of. The ways in which it is at liberty to accomplish this result (of interesting us) strike me as innumerable and such as can only suffer from being marked out, or fenced in, by prescription. They are as various as the temperament of man, and they are successful in proportion as they reveal a particular mind, different from others. A novel is in its broadest definition a personal impression of life; that, to begin with, constitutes its value, which is greater or less according to the intensity of the impression. But there will be no intensity at all, and therefore no value, unless there is freedom to feel and say. The tracing of a line to be followed, of a tone to be taken, of a form to be filled out, is a limitation of that freedom and a suppression of the very thing that we are most curious about. The form, it seems to me, is to be appreciated after the fact; then the author's choice has been made, his standard has been indicated; then we can follow lines and directions and compare tones. Then, in a word, we can enjoy one of the most charming of pleasures, we can estimate quality, we can apply the test of execution. The execution belongs to the author alone; it is what is most personal to him, and we measure him by that. The advantage, the luxury, as well as the torment and responsibility of the novelist, is that there is no limit to what he may attempt as an executant--no limit to his possible experiments, efforts, discoveries, successes.

EL ARTE DE LA FICCIÓN
La única obligación que de antemano debemos imponer a una novela, para no merecer la acusación de ser arbitrarios, es que sea interesante. Esa responsabilidad general recae sobre ella,pero es la única que se me ocurre. Las formas en que se siente libre para conseguir este resultado (el de interesarnos) me parecen tan innumerables y de tal calibre que sólo pueden resentirse si son señaladas o limitadas por la prescripción. Son tan diversas como el temperamento del hombre, y triunfan en la medida que revelan una mentalidad peculiar,diferente de las demás. Un novela, en su definición más general, es una impresión personal y directa de la vida: en principio, eso constituye su valor, que es mayor o menor según la intensidad de la impresión.Pero no habrá intensidad en absoluto, y por tanto ningún valor, a menos que haya libertad para sentir y expresarse. El trazado de la línea a seguir, el tono a adoptar y la forma que se va a dar es una limitación de esa libertad y una ocultación de lo que verdaderamente nos ofrece mayor curiosidad.Me parece que esta forma debe valorarse después de los hechos: después de que el autor ha realizado su elección, de que ha indicado su norma; luego podemos seguir líneas y direcciones, y comparar tonos y semejanzas. Luego,en una palabra, podemos disfrutar del más delicioso de los placeres, podemos apreciar la calidad, podemos analizar su ejecución. La ejecución pertenece sólo al autor; es lo más personal que tiene, y le valoramos por ello. La ventaja y satisfacción, además del tormento y responsabilidad del novelista, es que no hay límite a lo que pueda intentar como creador: ningún límite a sus posibles experimentos, esfuerzos, descubrimientos y éxitos.

(Texto bilingüe)
(Edición de María Antonia Alvarez)

viernes, 24 de octubre de 2008

Los nervios

Sistema nervioso central
A las seis de la mañana, la señora Vaksin, de vuelta de su peregrinación, entra en el dormitorio y, no encontrando allí a su marido, va al cuarto de la alemana a pedirle dinero suelto para pagar el coche. Al entrar ve el siguiente cuadro:Rosalía Carlovna, sofocada de calor, duerme en su cama y, a un metro de ella, acurrucado en el baúl, su marido ronca dulcemente. Está descalzo y en paños menores. Qué hizo la mujer y cuál fue la cara del marido al despertarse, que lo describan otros. Estoy agotado y entrego las armas.
"Los nervios"
Antón Chéjov

Los siete locos

(flickr cdrcc: Inventos Profesor Franz de Copenhague)
Los siete locos
Los Espila
Durante algunos días, Erdosain recorrió las calles pensando en los sufrimientos que debieron sobrellevar los Espila para resignarse a esa catástrofe, y más tarde, cuando inventó la rosa de cobre, se dijo que para levantar el espíritu de esa gente era necesario injertarles una esperanza y con parte del dinero robado en la Azucarera compró un acumulador usado, un amperómetro y los diversos elementos para instalar un primitivo taller de galvanoplastia.
Y convenció a los Espila que debían dedicarse a ese trabajo en las horas perdidas, pues de tener éxito todos se enriquecerían. Y él,cuya vida carecía por completo de consuelo y esperanzas, él, que se sentía perdido hacía mucho tiempo, llegó a sugestionarlos con esperanzas tan intensas, que los Espila se avinieron a iniciar los experimentos, y Elena se dedicó muy en serio a estudiar galvanoplastia, mientras que el sordo preparaba los baños y se ponía práctico en ese trabajo de unir en serie o tensión los cables del amperómetro y en manejar la resistencia.Hasta la anciana Espila participó en los experimentos y nadie dudó, cuando consiguieron cobrear una chapa de estaño, que en breve tiempo se enriquecerían si la rosa de cobre no fracasaba.
Los siete locos
(Establecimiento del texto y notas, Ana María Zubieta)
Roberto Arlt

Marguerite Yourcenar.

Fitz Hugh Lane.Salida de la isla de Mount Desert
-Algunos grandes personajes no abandonaron su habitación. La estufa de Descartes, el gabinete de Montaigne...

-Los dos hombres que usted cita viajaron bastante. Descartes hizo, en 1618, la guerra en Holanda, en 1619, visitó Dinamarca y Alemania, volvió a hacer más o menos el mismo viaje por Europa central durante los dos años siguientes, luego residió cerca de dos años en Italia, antes de establecerse por veinte años en Holanda, y morir por fin en Estocolmo. Si vivió y pensó "en una estufa", como lo quiere la leyenda, que todo lo simplifica, esa estufa (es decir esa habitación provista de una estufa), le dio calor en muchos lugares de Europa del norte. En cuanto a Montaigne, sus diecisiete meses de viaje a través de Suiza, el Tirol e Italia, tuvieron como pretexto la búsqueda de su salud, pero habló demasiado bien del viaje, como para que no se sienta su alegría de montar a caballo.
El viaje es una experiencia, como es una experiencia la inmovilidad en un rincón de la tierra, como la amistad, la contemplación, el amor, el trabajo, la enfermedad, o la jardinería, o la cocina, son experiencias. ¿Por qué discriminar entre ellas?

M.Y. Con los ojos abiertos
Matthieu Galey

Casa tomada

Escudo de Argentina
Casa tomada
Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venia impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:
—Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado la parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
—¿Estás seguro?
Asentí.
—Entonces —dijo recogiendo las agujas— tendremos que vivir en este lado.
Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.
Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene extrañaba unas carpetas, un par de pantuflas quetanto la abrigaban en invierno. Yo sentía mi pipa de enebro y creo que Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.
—No está aquí.
Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.
Bestiario
Julio Cortázar

jueves, 23 de octubre de 2008

La piedad del asesino

Balthus:"Les beaux jours"
Efectos personales
La piedad del asesino
"Era tan ingenuo como sólo puede serlo un pervertido"
Lolita es un thriller al revés (desde el principio se conoce al asesino pero no a la víctima), un baedeker sentimental por los cuarenta y ocho Estados Unidos, una reflexión en torno al poder confesional de la literatura (las emociones de un ser deleznable), un alegato sobre las posibilidades estéticas del crimen (“siempre se puede contar con un asesino para lograr una prosa atractiva”), una parodia sobre la parodia, pero sobre todo, Lolita construye un arquetipo. En su duodécima novela, Vladimir Nabokov trazó un personaje tan emblemático como Werther, don Juan, Hamlet, Fausto, Emma Bovary o Tirano Banderas. Ajeno a los temas ampulosos, creó un mito improbable: una niña caprichosa, de calcetines sucios, con una inolvidable cicatriz en el tobillo, dejada por un patinador; una “consumidora ideal”, siempre dispuesta a mascar el chicle mejor publicitado, que al ver el zapato de una víctima en un accidente automovilístico comenta con frialdad mercantil: “Ése era exactamente el mocasín que quise describirle al empleado de aquella tienda”; una mezcla de madurez a destiempo e inocencia vulnerada; una vampiresa accidental, a punto de regresar a su condición de niña solitaria; una tenista veleidosa, que arriesga más en su segundo saque; una experta en bailar con un aro en la cintura; una conocedora de todo lo que le gusta y les duele a los mayores; una tirana del deseo incapaz de beneficiarse de sus poderes; la más irregular de las musas: Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas.

Efectos personales
Juan Villoro

El misterio de la caída de los cuerpos

Caída de un grave
Manualito de imposturología física
3
EL MISTERIO DE LA CAÍDA DE LOS CUERPOS
Una de las genialidades de la ley de la acción y la reacción es que ayuda a entender no sólo casos simples como el del caballo que jala a una piedra atada a una cuerda, en el que la fuerza que hace el caballo es muscular y se transmite a la piedra por mediación de un medio material como es la cuerda, sino misterioso como el de la gravedad, que no es una fuerza muscular y se transmite en el vacío a través de nada. Y así decimos que la Tierra atrae a una manzana que cae pero que en cumplimento de la ley de la acción y de la reacción de Newton, a su vez la manzana atrae a la Tierra con la misma fuerza con que la Tierra la atrae a ella aunque en sentido contrario. Y me preguntarán: si las dos fuerzas con que se atraen estos dos cuerpos son iguales, ¿por qué entonces la manzana cae sobre la Tierra siendo así que la Tierra no cae sobre la manzana? Ah, muy sencillo: por la misma razón que el caballo arrastra a la piedra y la piedra no arrastra al caballo. Pero Newton dice que la piedra sí arrastra al caballo. Sí, claro que lo arrastra pero sin arrastrarlo, del mismo modo que la Tierra cae sobre la manzana pero sin caer. ¡Cuál misterio de la gravedad y cuál pantano newtoniano! El misterio y el pantano son agua pura.

Manualito de imposturología física
Fernando Vallejo

Antiguedades

Michael Parkes.Beatriz
MAPA ANTIGUO. En un amor, la mayoría busca una patria eterna. Otros, aunque muy pocos, un eterno viajar. Estos últimos son melancólicos que tienen que rehuir el contacto con la madre tierra. Buscan a quien mantenga alejada de ellos la melancolía de la patria. Y le guardan fidelidad. Los tratados medievales sobre los humores saben de la apetencia de viajes largos de este tipo de gente.

Dirección única
Walter Benjamin

miércoles, 22 de octubre de 2008

Por eso vine a Comala.

Hugo Simberg: The Garden of Death
PEDRO PÁRAMO
Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. "No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dar gusto conocerte." Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.
Todavía antes me había dicho:
-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
-Así lo haré, madre.
Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.
Pedro Páramo
Juan Rulfo

Cómo Lázaro se asentó con un escudero

Giuseppe Arcimboldo: Otoño
Tratado tercero
Cómo Lázaro se asentó con un escudero, y de lo que le acaeció con él
“Pues, aunque de mañana, yo había almorzado, y cuando ansí como algo, hágote saber que hasta la noche me estoy ansí. Por eso, pásate como pudieres, que después cenaremos."
Vuestra merced crea, cuando esto le oí, que estuve en poco de caer de mi estado, no tanto de hambre como por conocer de todo en todo la fortuna serme adversa. Allí se me representaron de nuevo mis fatigas, y torné a llorar mis trabajos; allí se me vino a la memoria la consideración que hacía cuando me pensaba ir del clérigo, diciendo que aunque aquél era desventurado y mísero, por ventura toparía con otro peor: finalmente, allí llore mi trabajosa vida pasada y mi cercana muerte venidera. Y con todo, disimulando lo mejor que pude: “Señor, mozo soy que no me fatigo mucho por comer, bendito Dios. Deso me podré yo alabar entre todos mis iguales por de mejor garganta, y ansí fui yo loado della fasta hoy día de los amos que yo he tenido.” “Virtud es esa -dijo él- y por eso te querré yo más, porque el hartar es de los puercos y el comer regladamente es de los hombres de bien.” “¡Bien te he entendido! -dije yo entre mí- ¡maldita tanta medicina y bondad como aquestos mis amos que yo hallo hallan en la hambre!” Púseme a un cabo del portal y saque unos pedazos de pan del seno, que me habían quedado de los de por Dios. Él, que vio esto, díjome: “Ven acá, mozo. ¿Qué comes?”
Yo lleguéme a él y mostréle el pan. Tomóme él un pedazo, de tres que eran el mejor y más grande, y díjome: “Por mi vida, que parece este buen pan.” “¡Y cómo! ¿Agora -dije yo-, señor, es bueno?” “Sí, a fe -dijo él-. ¿Adonde lo hubiste? ¿Si es amasado de manos limpias?” “No sé yo eso -le dije-; mas a mí no me pone asco el sabor dello.” “Así plega a Dios” -dijo el pobre de mi amo. Y llevándolo a la boca, comenzó a dar en él tan fieros bocados como yo en lo otro. “Sabrosísimo pan está -dijo-, por Dios.”
Y como le sentí de que pié coxqueaba, dime priesa, porque le vi en disposición, si acababa antes que yo, se comediría a ayudarme a lo que me quedase; y con esto acabamos casi a una. Y mi amo comenzó a sacudir con las manos unas pocas de migajas, y bien menudas, que en los pechos se le habían quedado, y entró en una camareta que allí estaba, y sacó un jarro desbocado y no muy nuevo, y desque hubo bebido convidóme con él. Yo, por hacer del continente, dije: “Señor, no bebo vino.” “Agua es, -me respondió-. Bien puedes beber.”

La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades
Alfonso de Valdés

martes, 21 de octubre de 2008

El Cantar de Cantares

Sir Edward John Poynter:The Queen of Sheba's Visit to King Solomon
El Cantar de Cantares
en octava rima

ESPOSA
Béseme con su boca á mí el mi amado,
son mas dulces, quel vino, tus amores:
tu nombre es suave olor bien derramado,
y no hay olor, que iguale tus olores:
por eso las doncellas te han amado,
conosciendo tus gracias, y dulzores:
llévame en pos de ti, y correremos,
no temas, que jamas nos cansaremos.
Mi Rey en su retrete me ha metido,
donde juntos los dos nos holgaremos:
no habrá allí descuido, no habrá olvido,
los tus dulces amores cantaremos:
en ti se ocupará todo sentido,
de ti, por ti, en ti nos gozaremos:
que siendo sin igual tu hermosura,
á ti solo amará toda dulzura.

Cantar de Cantares
(Edición crítica de Fray Antolín Merino)
Fray luis de León

El viaje en globo

En California, hará unos treinta días, María Kodama y yo fuimos a una modesta oficina perdida en el valle de Napa. Serían las cuatro o las cinco de la mañana; sabíamos que estaban por ocurrir las primeras claridades del alba. Un camión nos llevó a un lugar aún más distante, remolcando la barquilla. Arribamos a un sitio de la llanura que podría ser cualquier otro. Sacaron la barquilla, que era un canasto rectangular de madera y de mimbre y empeñosamente extrajeron el gran globo de una valija, lo desplegaron en la tierra, separaron el género de nylon con ventiladores, y el globo, cuya forma era la de una pera invertida como en los grabados de las enciclopedias de nuestra infancia, creció sin prisa hasta alcanzar la altura y el ancho de una casa de varios pisos. No había ni puerta lateral ni escalera; tuvieron que izarme sibre la borda. Éramos cinco pasajeros y el piloto que periódicamente henchía de gas el gran globo cóncavo. De pie, apoyamos las manos en la borda de la barquilla. Clareaba el día; a nuestros pies a una altura angelical o de alto pájaro se abrían los viñedos y los campos.
El espacio era abierto, el ocioso viento que nos llevaba como si fuera un lento río, nos acariciaba la frente, la nuca o las mejillas. Todos sentimos, creo, una felicidad casi física. Escribo casi porque no hay felicidad o dolor que sean sólo físicos, siempre intervienen el pasado, las circunstancias, el asombro y otros hechos de la conciencia. El paseo, que duraría una hora y media, era también un viaje por aquel paraíso perdido que constituye el siglo diecinueve. Viajar en el globo imaginado por Montgolfier era también volver a las páginas de Poe, de Julio Verne y de Wells. Se recordará que sus selenitas, que habitan el interior de la luna, viajaban de una a otra galería en globos semejantes al nuestro y desconocían el vértigo.

Atlas
Jorge Luis Borges

Platero y yo

Campesino y su burro:Capadocia
Platero y yo
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: «¿Platero?», y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas, mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
—Tien’asero...
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.

Platero y yo
(Edición de Michel P. Predmore)
Juan Ramón Jiménez

Foz, 2 de abril de 1950

Transatlántico Yapeyu
Con nostalgia de las lejanías de mi infancia y de las lejanías de mi imaginación adulta, he ido hoy al puerto de Leixoes a ver un transatlántico. Y mientras lo estaba recorriendo, llegué a la conclusión de que empecé bien la vida y de que la estoy acabando mal. ¡A los doce años descubriendo el mundo(1) y a los cuarenta visitando barcos!
(1)El autor emigró a esa edad al Brasil

Diario (1932-1987)
Miguel Torga

Alucinación del viajero

Pedro Pérez de Castro.Gruta en Lekeitio
Ay la orilla del mar, el lomo de la arena
cálido a medianoche y los sacros olivos.
Cuerpo se hizo la roca, ave viva la luna,
enredadera el áspid, veneno la hermosura.
Hondos peces azules han venido a mirarme.
Miles de antorchas bajan incendiando los bosques.
Se ha quedado amarrada la nave a la negrura.
Los timoneles duermen beodos sobre rosas,
se abrazan a los cántaros sonoros, aromados.
Si espantáis las sirenas dejadme entre las olas
o haced una gran pira de pino y arda todo
lo impuro de mi cuerpo, la entraña que sufría.
Oh cielo, viejo cuenco repleto hasta los bordes
de pozos estrellados, de arracimados astros

Ay la orilla del mar... Qué pena contemplarla
al alba, ya lejana. Zarpó el barco y los ojos
la ven. Hay vino y lágrimas en ellos todavía.

Truenos y flautas en un templo
Antonio Colinas

lunes, 20 de octubre de 2008

Nueve cuentos


-Oye, Selena...
-¿Qué? -dijo Selena, ocupada en tantear con una mano el suelo del taxi-. ¡No encuentro la funda de mi raqueta! -se lamentó.
Pese a la templada temperatura de ese mes de mayo, las dos chicas llevaban abrigos sobre sus shorts.
-La guardaste en el bolsillo -dijo Ginnie-. Escúchame ahora...
-¡Oh, menos mal! ¡Me has salvado la vida!
-Oye -dijo Ginnie, a quien no le interesaba la gratitud de Selena.
-¿Qué?
Ginnie decidió ir directamente al grano. El taxi se estaba acercando a la casa de Selena.
-No tengo ganas de cargar otra vez con el pago de todo el viaje -dijo-. No soy millonaria, ¿Sabes?
Selena puso primero expresión de asombrada, después de ofendida.
-¿Acaso no pago siempre la mitad? -preguntó con ingenuidad.
-No -replicó Ginnie rotundamente-. Pagaste la mitad el primer sábado, a comienzos del mes pasado. Y desde entonces, nunca más. No quiero ser mezquina, pero estoy viviendo con cuatro dólares y medio por semana. Y de ahí tengo que...
-Yo siempre traigo las pelotas de tenis, ¿no es cierto? -preguntó Selena con tono desagradable.
A veces Ginnie sentía ganas de matar a Selena.
-Tu padre las fabrica o algo así -dijo-. No te cuestan nada. Yo me tengo que pagar hasta la más mínima cosa que...
-Está bien, está bien- dijo Selena levantando la voz y con un aire de suficiencia como para asegurarse la última palabra.
En forma displicente, se revisó los bolsillos del abrigo.
-Sólo tengo treinta y cinco centavos -dijo friamente-. ¿Es bastante?
-No, lo siento, pero me debes un dólar sesenta y cinco. He llevado la cuenta de cada...
-Tendré que subir y pedírselo a mamá. ¿No puedes esperar hasta el lunes? Podría llevarte el dinero a la clase de gimnasia, si eso te hace más feliz.
La actitud de Selena no invitaba a la clemencia.
-No- dijo Ginnie-. Tengo que ir al cine esta noche. Necesito el dinero.
Sumidas en un silencio hostíl, las dos chicas miraron por ventanillas opuestas hasta que el taxi se detuvo frente la casa de Selena.
Justo antes de la guerra con los esquimales
(del libro de relatos "Nueve cuentos")

J. D. Salinger

Otros labios me sueñan

Adolfo Farsari:Officer's daughter
Otros labios me sueñan

Aquel fulgor
(saikaku)

Soy una prostituta japonesa
del siglo diecisiete,
joven, bella.

Hago el amor a un comerciante
para quien quemo áloe, templo sake
y samicén, y desciño mi faja
lentamente.

El fulgor en la noche.

De amanecida pedirá papel,
pincel, le haré la tinta,
y esbozará unos signos
elegantes.

Hallaré aquella noche varios siglos más tarde
leyendo a Saikaku.

Aquel fulgor.

Otros labios me sueñan
Jesús Munárriz

domingo, 19 de octubre de 2008

EL DEVORADOR DE LAS SOMBRAS

''Anch'' and ''Sunwheel'' from a book of the dead
EL DEVORADOR DE LAS SOMBRAS
Hay un curioso género literario que independientemente se ha dado en diversas épocas y naciones: la guía del muerto en las regiones ultraterrenas. El Cielo y el Infierno de Swedenborg, las escrituras gnósticas, el Bardo Thödol de los tibetanos (título que, según Evans-Wentz, debe traducirse "Liberación por audición en el plano de la posmuerte") y el Libro egipcio de los Muertos no agotan los ejemplos posibles. Las "semejanzas y diferencias" de los dos últimos han merecido la atención de los eruditos; bástenos aquí repetir que para el manual tibetano el otro mundo es tan ilusorio como éste, y para el egipcio es real y objetivo.
En los dos textos hay un tribunal de divinidades, algunas con cabeza de mono; en los dos, una ponderación de las virtudes y de las culpas. En el Libro de los Muertos, una pluma y un corazón ocupan los platillos de la balanza; en el Bardo Thödol, piedritas de color blanco y de color negro. Los tibetanos tienen demonios que ofician de furiosos verdugos; los egipcios, el Devorador de las Sombras.
El muerto jura no haber sido causa de hambre o causa de llanto, no haber matado y no haber hecho matar, no haber robado los alimentos funerarios, no haber falseado las medidas, no haber apartado la leche de la boca del niño, no haber alejado del pasto a los animales, no haber apresado los pájaros de los dioses. Si miente, los cuarenta y dos jueces lo entregan al Devorador "que por delante es cocodrilo, por el medio, león y, por detrás, hipopótamo". Lo ayuda otro animal, Babaí, del que sólo sabemos que es espantoso y que Plutarco identifica con un titán, padre de la Quimera".

El libro de los seres imaginarios
(El Manual de zoología fantástica)
Jorge Luis Borges/Margarita Guerrero

KUZA-NAMA (Las ollas y el ollero)

Adelaide Hanscom y Blanche Cumming:The Rubaiyat of Omar Khayyam

KUZA-NAMA
(LAS OLLAS Y EL OLLERO)
I

Escucha: cierta tarde, al fín del Ramadán,
pocos momentos antes que surgiera la luna
nueva, me hallaba en el taller de un alfarero
y estaba rodeado por un pueblo de barro.

II
Y, cosa bien extraña, había algunas ollas
y unas cuantas vasijas que podía hablar.
Y uno de los cacharros exclamó de repente:
"Decid, ¿quién es la olla y quién el alfarero?"

III
Una vasija dijo de pronto: "Me formaron
de la tierra, y ha sido inútil, pues las manos
que me han dado la forma ya no han de tardar mucho
en volver a arrojarme otra vez a la tierra."

IV
Una tercera dijo: "Que sepa, ningún hombre
ha destrozado nunca, por brutal que haya sido,
el vaso en que bebió con placer. ¿Por qué, entonces,
el que lo ha modelado con cólera lo quiebra?"

V
No hizo nadie objeciones. Tras un corto silencio
una olla deforme exclamó lamentándose:
"Se ríen de mí porque estoy torcida. ¿Tengo
la culpa si tembló del ollero la mano?"

VI
Otra habló de esta forma: "Se dice que es huraño
el patrón, que su rostro negro es como el infierno,
que quiere someternos a una prueba. ¿Quién sabe
si, a pesar de todo ello, es sólo un pobre diablo?"

VII
Otra dijo lanzando un profundo suspiro:
"¡Ay de mí¡ En el olvido secóse ya mi barro.
Que me llenen, no obstante, con el añejo zumo
de la uva, y veréis que sano prontamente."

VIII
Y mientras las vasijas hablaban, una de ellas
vio el anhelado filo de la creciente luna.
Y, contentas, gritaron todas: "¡Hermano, hermano,
he aquí ya por fin al faquín con su bulto!"

Notas
...el anhelado filo de la creciente luna:en el momento preciso en que aparece el filo de la luna nueva es cuando cesa el Ramadán, para dar comienzo a la Pascua musulmana. Desde lo alto de los alminares, gente experta, de avizores ojos, escudriña el firmamento para anunciar la ansiada aparición, que es recibida con gran júbilo, en tanto se abrazan y besan los creyentes.
...al faquín con su bulto: la luna creciente.

Rubaiyat
(Apéndice: Kuza-Nama)
(Prólogo, traducción del árabe y notas de Jose Gibert
(Puestos en verso castellano por Diego Navarro)
Omar Jayyam

sábado, 18 de octubre de 2008

La historia más hermosa que jamás me han contado

La infancia recuperada 
Capítulo segundo 
Un tesoro de ambigüedad
"Mis ojos juveniles se extasiaron en el mar
infinito..."

La narración más pura que conozco, la que reúne con perfección más singular lo iniciático y lo épico, las sombras de la violencia y lo macabro con el fulgor incomparable de la audacia victoriosa, el perfume de la aventura marinera-que siempre es la aventura más perfecta, la aventura absoluta- con la sutil complejidad de la primera y decisiva elección moral, en una palabra, la historia más hermosa que jamás me han contado es La isla del tesoro.Raro es el año que no la releo al menos una vez; y nunca pasan más de seis meses sin haber pensado o soñado con ella. No es fácil acertar a señalar la raíz de la magia inagotable de este libro, pues como toda buena narración sólo quiere ser contada y vuelta a contar, no explicada o comentada. Recalco que no digo que sea imposible comentarla o explicarla, sino que afirmo que no es eso lo que ella quiere, lo que pide a la generosidad de su oyente o lector. Nada más sencillo, empero, que señalar algunos de sus evidentes encantos parciales: la impecable sobriedad del estilo, el ritmo narrativo que parece resumir la perfección misma del arte de contar, el vigoroso diseño de los personajes, la sabia complejidad de una intriga extremadamente simple...Una primera lectura podría dar la impresión de que es la historia de una figura fabulosa, John Silver; pero después se advierte que el personaje realmente desconcertante, el héroe en todos los sentidos del relato, es Jim Hawkins, cuya mirada fija en Silver es la que da a éste todo su enigma.
La infancia recuperada

Farewell

Shane
Como Shane, el hombre de los valles perdidos,
que tenía los ojos azules y cantaba viejas baladas del Oeste,
Como Shane, que tenía dos pistolas nacaradas
y la alegría de la inmortalidad en sus pupilas,
Como Shane, que hablaba de lejanas praderas y bosques,
de osos y serpientes de cascabel,
de puertos y tifones y sirenas
y del Buque Fantasma,
y era joven como el agua y como ella reflejaba
la luna cambiante y amarilla de abril,
y era joven como el amor y sus mariposas encendidas,
y era joven como la tristeza,
y tenía los ojos azules y dos pistolas en su canana,
como Shane el luminoso,
joven como la luz,
como Shane y sus valles perdidos bajo las temblorosas estrellas...

De "Extraña Fruta" Y Otros Poemas
Pere Gimferrer

Por el Camino de Swann

Georges Seurat: Le dormeur
À la recherche du temps perdu
Du côté de chez Swann
Première partie : Combray
I
Longtemps, je me suis couché de bonne heure. Parfois, à peine ma bougie éteinte, mes yeux se fermaient si vite que je n’avais pas le temps de me dire : « Je m’endors. » Et, une demi-heure après, la pensée qu’il était temps de chercher le sommeil m’éveillait ; je voulais poser le volume que je croyais avoir encore dans les mains et souffler ma lumière ; je n’avais pas cessé en dormant de faire des réflexions sur ce que je venais de lire, mais ces réflexions avaient pris un tour un peu particulier ; il me semblait que j’étais moi-même ce dont parlait l’ouvrage : une église, un quatuor, la rivalité de François Ier et de Charles-Quint. Cette croyance survivait pendant quelques secondes à mon réveil ; elle ne choquait pas ma raison, mais pesait comme des écailles sur mes yeux et les empêchait de se rendre compte que le bougeoir n’était pas allumé. Puis elle commençait à me devenir inintelligible, comme après la métempsycose les pensées d’une existence antérieure ; le sujet du livre se détachait de moi, [ 8 ]j’étais libre de m’y appliquer ou non ; aussitôt je recouvrais la vue et j’étais bien étonné de trouver autour de moi une obscurité, douce et reposante pour mes yeux, mais peut-être plus encore pour mon esprit, à qui elle apparaissait comme une chose sans cause, incompréhensible, comme une chose vraiment obscure. Je me demandais quelle heure il pouvait être ; j’entendais le sifflement des trains qui, plus ou moins éloigné, comme le chant d’un oiseau dans une forêt, relevant les distances, me décrivait l’étendue de la campagne déserte où le voyageur se hâte vers la station prochaine ; et le petit chemin qu’il suit va être gravé dans son souvenir par l’excitation qu’il doit à des lieux nouveaux, à des actes inaccoutumés, à la causerie récente et aux adieux sous la lampe étrangère qui le suivent encore dans le silence de la nuit, à la douceur prochaine du retour.

En busca del tiempo perdido
Por el Camino de Swann
Primera Parte
Combray I
Mucho tiempo he estado acostándome temprano. A veces apenas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan presto, que ni tiempo tenía para decirme: «Ya me duermo» . Y media hora después despertábame la idea de que ya era hora de ir a buscar el sueño; quería dejar el libro, que se me figuraba tener aún entre las manos, y apagar de un soplo la luz; durante mi sueño no había cesado de reflexionar sobre lo recién leído, pero era muy particular el tono que tomaban esas reflexiones, porque me parecía que yo pasaba a convertirme en el tema de la obra, en una iglesia, en un cuarteto, en la rivalidad de Francisco I y Carlos V. Esta figuración me duraba aún unos segundos después de haberme despertado: no repugnaba a mi razón, pero gravitaba como unas escamas sobre mis ojos sin dejarlos darse cuenta de que la vela ya no estaba encendida. Y luego comenzaba a hacérseme ininteligible, lo mismo que después de la metempsicosis pierden su sentido, los pensamientos de una vida anterior; el asunto del libro se desprendía de mi personalidad y yo ya quedaba libre de adaptarme o no a él; en seguida recobraba la visión, todo extrañado de encontrar en torno mío una oscuridad suave y descansada para mis ojos, y aun más quizá para mi espíritu, al cual se aparecía esta oscuridad como una cosa sin causa, incomprensible, verdaderamente oscura. Me preguntaba qué hora sería; oía el silbar de los trenes que, más o menos en la lejanía, y señalando las distancias, como el canto de un pájaro en el bosque, me describía la extensión de los campos desiertos, por donde un viandante marcha de prisa hacía la estación cercana; y el caminito que recorre se va a grabar en su , recuerdo por la excitación que le dan los lugares nuevos, los actos desusados, la charla reciente, los adioses de la despedida que le acompañan aún en el silencio de la noche, y la dulzura próxima del retorno.
Por el Camino de Swann
Marcel Proust